Música para la fiesta, música para las celebraciones y para los ritos, música para los momentos solemmnes y para los juegos. Desde el inicio de nuestra historia las personas hemos creado músicas para diferentes ocasiones de nuestra vida en sociedad, y también para disfrutarla personalmente.
Ya durante los tiempos de Altamira, la música y la danza constituyeron expresiones culturales, sociales, además de las pinturas y los objetos decorados. Conocemos diversos objetos sonoros e instrumentos fabricados durante el Paleolítico, como flautas, silbatos, bramaderas, sonajeros, incluso litófonos. Además, podemos suponer que también se crearon sonidos y ritmos con instrumentos de percusión, que no se han conservado porque quizá fueran fabricados con madera y pieles. Sin embargo, los ritmos y la música que sonaron en las cavernas en la Prehistoria o en los campamentos cotidianos, y las danzas que bailaron sus habitantes han desaparecido, se han perdido en el tiempo. Tampoco conocemos, aunque suponemos que existieron, los códigos sonoros que emplearían para comunicarse en la distancia o durante las jornadas de caza.
El objeto sonoro que los arqueólogos llaman bramadera ha sido utilizado por las sociedades tradicionales, sobre todo por los pastores, hasta hace no mucho tiempo, y ha pasado a la cultura popular con el nombre de churinga, rombo o zumbadora. Es un útil utilizado para comunicarse en la distancia, aunque algunos pastores la llaman “espantalobos”, un nombre muy elocuente sobre su uso. Y es que la bramadera emite un sonido ronco, un zumbido grave, como un bramido. Atada en un extremo a una cuerda, se hace girar en el aire en movimientos circulares amplios, provocando la fricción con el aire y la rotación del objeto. En el sonido producido podemos apreciar notas diferentes en cada bramadera, los sonidos serán diferentes según el largo de la cuerda y la intensidad del movimiento con la que hagamos girar a la bramadera.
En el Museo de Altamira podemos conocer la bramadera encontrada en la cueva de La Roche (en Lalinde, Francia) a través de una buena reproducción. Fue el primer objeto arqueológico identificado como tal allá por 1930. Su descubridor Peyroni asoció con las bramaderas utilizadas por los aborígenes australianos este objeto de forma ovalada o ahusada fabricado de asta de reno y con una perforación en un extremo. Lo encontró completamente recubierto de ocre rojo y decorado con líneas grabadas geométricas. En el norte de la Península Ibérica se han encontrado también algunos objetos que los arqueólogos han identificado como bramaderas, aunque algunos podrían ser también simplemente colgantes; como, por ejemplo, la de El Pendo (Escobedo, Cantabria) o la de Aitzbitarte (Rentería, Gipuzkoa). Las bramaderas conocidas están fabricadas con hueso de bisonte o uro, o con astas de reno, pero es posible que también en la Prehistoria fueran fabricadas con madera y no se hayan conservado.
Las poblaciones que actualmente aún utilizan la bramadera en Oceanía, África y América le otorgan un sentido mágico, sagrado, vinculado a ciertos ritos; en unos su sonido se identifica con la voz de los espíritus o de los antepasados, en otros, como en los pueblos indios de América del Norte, es una manera de invocar la lluvia.
En el Museo de Altamira también hacemos sonar de vez en cuando bramaderas de madera. Son las que fabricamos en los Talleres de Prehistoria que dedicamos a hacer a mano cosas útiles y cosas bellas, con materiales originales y técnicas paleolíticas, experimentando y aprendiendo juntos; son espacios para reflexionar sobre las convenciones y elementos culturales compartidos, y también para valorar la diversidad como resultado de las aportaciones personales. Os esperamos en el País de Altamira.